Arcos del Toril (s. XVI)

No es fácil ofrecer información contrastada acerca de los llamados “arcos del Toril” debido a la escasez de referencias documentales sobre el urbanismo histórico de Caspe (debemos recordar que el archivo municipal de la localidad fue destruido en el siglo XIX en el marco de los enfrentamientos de las Guerras Carlistas).

En la actualidad se conservan tres arcos en el frente norte de la plaza de España, apuntados y de baja altura, que configuran un espacio porticado que ofrece paralelismos en otros puntos del Bajo Aragón Histórico. A su derecha puede apreciarse otro más, integrado en la fachada de una edificación posterior, que fue en origen un torreón defensivo.

Estos arcos debieron formar parte de lo que sería un conjunto porticado que rodearía, de forma aproximada, la actual plaza de España, y se extendería hasta la plaza de la Virgen (junto a la plaza del Compromiso). Así lo atestiguan otros arcos similares identificados en distintos puntos de las calles de la Virgen del Carmen, la calle Pellicer y la propia plaza de la Virgen.

Los arcos del Toril se construyeron adosados a la muralla construida en el siglo XV, que sustituyó a la existente del siglo XIII (que a su vez había completado la construida en época de dominio musulmán). Esta muralla del siglo XV amplió el recinto fortificado de Caspe, adaptándose al crecimiento del núcleo urbano, y discurría por las actuales calles de la Huerta de la Herradura y de la Virgen del Carmen.

Creemos, por tanto, que los arcos del Toril son el testimonio de lo que debió ser una plaza porticada en la que se desarrollaría gran parte de la actividad económica y social de Caspe a partir del siglo XV, momento en el que la actividad comercial urbana comenzó a desarrollarse de forma notable respecto a siglos anteriores.

De hecho, si bien desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico el espacio ocupado por la actual plaza de España ha sufrido numerosas modificaciones, ha conservado su carácter de punto neurálgico en el que se han sucedido la mayor parte de los grandes acontecimientos de la ciudad, siendo escenario también de la vida cotidiana de los caspolinos.

Casa Consistorial (s. XIX)

La casa consistorial de Caspe presenta una planta rectangular, con un frente principal orientado a la plaza de España en el que se ubica la fachada de estilo neoclásico. En el interior destaca la monumental escalera que conduce a la planta noble, así como la puerta que da acceso al salón de plenos, traída del castillo, donde daba acceso al llamado “Salón del Compromiso”.

La fachada está organizada en tres pisos que se integran en una composición simétrica y con tendencia a la horizontalidad, propia de los planteamientos del Neoclasicismo. En la planta baja se destaca el acceso mediante una puerta adintelada, flanqueada por dos columnas de orden toscano que sostienen un entablamento en el que se apoya el balcón de la planta noble. Los batientes de la puerta, junto con algunos artesonados del interior, fueron realizados por Manuel Albareda Cantavilla, escultor caspolino, padre de los conocidos artistas sacros José y Joaquín Albareda. A los lados se sitúan dos pares de ventanas con rejerías.

En la planta noble o primera planta encontramos tres ventanas adinteladas, de las que la central se destaca mediante dos pilastras adosadas al muro y un dintel saliente. Sobre las ventanas laterales encontramos representado el escudo de Caspe, rodeado de alegorías de las actividades humanas. En la ventana derecha se representan los frutos de la tierra a un lado y aperos de labranza en otro. El escudo sobre la ventana izquierda está rodeado por las ciencias y las artes.

La tercera planta presenta vanos adintelados de menor tamaño, separados por pilastras adosadas de orden compuesto y que quedan separadas de la cornisa por medio de un entablamento. Sobre las ventanas vuelven a aparecer escudos: el de Caspe en el centro, a la derecha el de la Orden de San Juan de Jerusalén y a la izquierda el del concejo medieval de la localidad.

La fachada se remata con un frontón con arco rebajado, con un reloj en su interior y rematado por las campanas del carillón.

Debido a la pérdida de los archivos municipales en el contexto de las Guerras Carlistas desconocemos los datos referidos a la construcción original que se levantó en este solar. Sí sabemos que el edificio actual fue construido en 1848 bajo la dirección del arquitecto Pedro Martínez Sangrós, debido a la destrucción de un edificio anterior en un incendio en 1837, durante la Primera Guerra Carlista. De la construcción anterior únicamente se conserva un lienzo de muro de sillar almohadillado que puede contemplarse en el llamado “cantón de la señora”, el pasaje ubicado entre la casa consistorial y la casa Piazuelo-Barberán, que comunica con la plaza José Besteiro.

Entre 2004 y 2010 se llevaron a cabo obras de restauración y ampliación del edificio, que incluyeron la construcción de un nuevo espacio adosado a la parte posterior para albergar las dependencias administrativas de la corporación municipal.

El edificio ha sido sede del Ayuntamiento desde que se conservan registros del mismo, albergando el Comité Revolucionario y el Consejo Municipal durante los primeros años de la Guerra Civil de 1936-1939.

Casa Piazuelo-Barberán (s. XVII)

La casa palacio de los Piazuelo-Barberán es uno de los principales ejemplos de arquitectura civil de Caspe, construida en piedra sillar en la línea de un estilo barroco clasicista.

Se trata de una casa señorial en cuya planta se yuxtaponen dos cuerpos rectangulares que se adaptan a las características de un solar con un importante desnivel hacia la parte posterior. El cuerpo principal se organiza en torno a un volumen central ocupado por una escalera de cuatro tramos y cubierto con una linterna rectangular.

En la parte posterior se encuentra la capilla, un espacio cuadrangular cubierto con una cúpula gallonada sobre arcos de medio punto, con las pechinas profusamente decoradas con yeserías policromadas que representan motivos vegetales y heráldicos.

Su aspecto actual es resultado de diversas reformas y modificaciones. La fachada presenta una división en tres pisos separados por líneas de imposta resaltadas del muro. El piso inferior alberga el acceso principal a través de un arco de medio punto con grandes dovelas y dos pequeñas ventanas en altura, y es el más modificado en las intervenciones que se realizaron en el año 1984.

La planta noble presenta tres vanos adintelados, de los cuales los laterales se encuentran resaltados mediante sendos frontones triangulares (apoyados sobre cartelas y con veneras en el centro de los tímpanos) y con balcones curvos. El vano central se destaca mediante dos columnas adosadas de orden compuesto sobre las que descansa otro frontón (en este caso curvo, partido y rematado en volutas en espiral) y un balcón recto de mayor tamaño.

El piso superior presenta tres vanos adintelados enmarcados por jambas que sostienen un arquitrabe sobre el que apoya una concha. La fachada se remata con un alero de madera muy volado, sobre una imposta corrida decorada con 21 modillones.

La construcción original data del primer cuarto del siglo XVII. En 1627 la familia caspolina de los Barberán levantó su residencia orientada hacia un espacio que, con las ampliaciones del recinto amurallado del siglo anterior, se había convertido en una de las zonas más representativas de la villa de Caspe.

A lo largo de sus cuatro siglos de existencia ha sufrido numerosas modificaciones. Una de las más importantes se llevó a cabo en el siglo XIX, cuando se compartimentó la planta baja original instalando un forjado que creó una entreplanta y una planta baja que se dedicó a albergar locales comerciales.

El aspecto exterior volvió a modificarse de forma notoria con la intervención sufrida en 1984, que alteró principalmente el cuerpo inferior. Se reorganizaron los vanos, suprimiendo las aberturas de los locales comerciales, ampliando el acceso principal y sustituyendo las tres ventanas rectangulares de la entreplanta por dos cuadrangulares de menor tamaño, otorgando a la fachada su aspecto actual.

Además de su aspecto, la casa palacio Piazuelo-Barberán ha variado su función a lo largo del tiempo. Creada como residencia particular de la familia Barberán, su carácter representativo hizo que en ella se alojarán importantes personajes históricos a su paso por Caspe, como el rey Felipe V o el general Rafael del Riego y Flórez.

En los primeros meses de la Guerra Civil, entre el inicio del enfrentamiento y agosto de 1937, se instaló en el edificio el Consejo General de Aragón.

En 1984 se iniciaron las obras para la conversión del edificio en Casa Cultural de la Villa, pasando a albergar dependencias municipales como la Oficina de Turismo, la Biblioteca Municipal o una sala de exposiciones.

En la actualidad alberga la sede del Centro de Estudios Comarcales Bajo Aragón-Caspe y la Biblioteca Municipal.

Sede del Concejo Medieval (s. XV)

En este cantón de la actual calle de la Virgen del Carmen se encuentra el edificio que fue sede del Concejo de la villa medieval de Caspe. Se conserva la fachada del mismo, en la que se ubica la que debió ser entrada principal, destacada mediante un arco apuntado de grandes dovelas, cuya piedra clave está decorada con los escudos de la Orden de San Juan de Jerusalén y del Concejo civil.

El edificio ha quedado prácticamente oculto por el crecimiento orgánico de viviendas en su entorno, y su aspecto actual responde a diversas modificaciones en su planta, volumetría interior y fachada, en la que se aprecia la abertura de ventanas en diversos momentos y sin mantener un esquema determinado.

El origen del poblamiento del solar que ocupa Caspe en la actualidad parece retrotraerse al Bronce Final, como indican algunos restos cerámicos localizados en las excavaciones arqueológicas realizadas en el entorno de la iglesia de Santa María la Mayor, en la elevación natural conocida como la Peñaza, aunque poco o nada sabemos de la naturaleza y características de este primer poblamiento.

Lo que está claro es que el lugar fue conquistado por las tropas musulmanas poco después de su entrada en la península Ibérica en el año 711. Fue, por tanto, en el siglo VIII cuando se construyó una primera fortaleza en la zona anteriormente mencionada (la Peñaza), que permitiría controlar la confluencia entre los valles de los ríos Ebro y Guadalope. Al amparo de esta fortificación surgiría, en lo alto del cerro de la Muela, un asentamiento defendido por una primera muralla.

En 1169 las tropas de Alfonso II de Aragón conquistaron Caspe para los cristianos. En esta conquista el monarca contó con la colaboración de la orden militar del Hospital de San Juan de Jerusalén, a la que cedió la villa en 1182 a cambio de otros territorios.

Con el paso del tiempo la población de Caspe fue aumentando y el recinto amurallado fue ampliándose, siendo en el siglo XV cuando la muralla ya rodeaba el cerro de la Muela en su totalidad. Sería a partir de esta ampliación del recinto amurallado cuando se construiría el edificio que nos ocupa, quedando protegido por el sistema defensivo.

Los dos escudos que decoran la piedra clave del arco de acceso representan, por tanto, la dualidad de poderes que convivió en Caspe a lo largo de varios siglos en una relación compleja y no exenta de conflictos, de la que se han conservado testimonios documentales acerca de diversos pleitos entre ambas instituciones.

Como hemos explicado, la función de este edificio fue la de acoger la sede del Concejo a partir del siglo XV, cuando se amplía el recinto defensivo de la Villa. Antes de este momento dicha función sería asumida por otras edificaciones ubicadas en zonas más altas del cerro de la Muela.

Ermita de San Indalecio (s. XVIII)

La ermita de San Indalecio ocupa la única plaza del barrio de la Muela, también llamada plaza de San Indalecio, rodeada de edificaciones que la insertan en el tejido urbano. Se abre a la misma a través de una fachada que presenta un zócalo de piedra sillar vista, estando el resto enlucido. En ella únicamente se destaca el acceso, mediante un arco carpanel con una línea de imposta destacada mediante molduras que tienen su correspondencia en los sillares moldurados de la parte baja de los laterales de la puerta. Sobre este arco encontramos una hornacina con la figura del santo. Esta fachada, correspondiente al cuerpo principal de la edificación, se remata con una espadaña.

En el lateral derecho se ubica el cuerpo secundario de la construcción, que alberga una caja de escaleras y que ofrece una fachada a la plaza y otra lateral a la calle Barrio Verde, con un zócalo más bajo y sendos pequeños vanos rectangulares en la parte superior.

El interior, profusamente decorado, contrasta con la sobriedad del exterior. El pequeño tramo de acceso se encuentra cubierto con una bóveda de cañón con lunetos, ubicándose en una segunda altura el coro elevado. Los muros laterales de este tramo están decorados con pinturas que salieron a la luz en las obras de restauración de la ermita llevadas a cabo en 2001. Estos restos pictóricos son claramente anteriores a la construcción de la bóveda que sustenta el coro.

Otro arco carpanel da paso al tramo principal, de planta cuadrada y cubierto con una cúpula sobre pechinas que apoyan en pilastras; semiesférica al interior y octogonal al exterior, rematada por una linterna octogonal con ocho vanos. Cúpula, pechinas y pilastras aparecen profusamente decoradas con relieves policromados y pinturas representando motivos vegetales y ángeles.

La tradición cristiana señala que San Indalecio, uno de los siete Varones Apostólicos del siglo I, nació en Caspe, concretamente en una casa del callizo de la Infanzonía, vecino a la ermita, en la que todavía existe una hornacina en la que se recuerda este hecho.

Las fuentes hagiográficas construyen un complejo relato acerca de la vida de un personaje que llegó a ser primer obispo de Almería, y cuyos restos descansan en la catedral de Jaca. Lo que está claro es que, al menos desde el siglo XV, está asentada la tradición del origen caspolino del santo, que es uno de los patrones de la ciudad (junto a San Roque y San Sebastián). En su honor se celebraban las Fiestas Mayores hasta la década de 1950, cuando se cambiaron a agosto, haciéndolas coincidir con la festividad del día de San Roque.

La ermita y plaza de San Indalecio se encuentran en la parte del Caspe medieval donde se ubicó la judería. Es por esto, y por las características del trazado urbano, que se cree que el solar que ocupa la ermita debió ser utilizado como sinagoga, pese a que se desconocen los orígenes del edificio al no haberse realizado estudios arqueológicos.

Sí que está documentada la intervención que se realizó en 1737, bajo las órdenes de Josef Felipe, en la que se reestructuró y amplió un edificio preexistente. En época reciente se abrieron dos vanos en la fachada principal a altura de la galería del coro.


En las obras de rehabilitación realizadas entre 2001 y 2004 se cegaron estos vanos, así como el que se abría en el piso inferior de las escaleras, se eliminó el enlucido sobre el zócalo de sillares y se reubicó la espadaña.

La ermita de San Indalecio está considerada uno de los templos más antiguos de Caspe por su ubicación en el barrio de la Muela, núcleo del asentamiento altomedieval. Como hemos mencionado, es bastante probable que en este lugar existiera un lugar de culto para la comunidad judía, antes de que el proyecto de unificación religiosa promovido por los Reyes Católicos provocara su expulsión de la península Ibérica a partir de 1492.

En cuanto a su filiación cristiana, existen algunas menciones a que, de hecho, fue la primera iglesia parroquial de Caspe, afirmación que plantea dudas acerca de su jerarquía respecto al templo que ocuparía el solar de la Iglesia de Santa María la Mayor.

Actualmente continúa acogiendo las celebraciones en honor de San Indalecio cada 15 de mayo, en las que tienen un papel protagonista los miembros de su cofradía.

Casa del Obispo (S. XVI)

La llamada casa Jover o “palau do Bisbe” (palacio del Obispo) es uno de los ejemplos más representativos de arquitectura civil en Caspe. Se trata de una casa señorial construida en estilo renacentista que ha sufrido diversas modificaciones posteriores.

El aspecto actual ofrece una fachada principal ordenada mediante pisos horizontales en los que prima el orden y la simetría propios del lenguaje renacentista. En el piso bajo encontramos el acceso principal, remarcado mediante un arco de medio punto con grandes dovelas, flanqueado por dos vanos adintelados.

La división con el primer piso, o planta noble, se marca mediante una doble moldura, y en él también aparecen tres vanos, en este caso todos adintelados, flanqueados por pilastras jónicas sobre las que apoya un entablamento, que se remata con un clípeo semicircular con forma de media pátera con concha central gallonada.

El vano central, de mayor tamaño, se destaca mediante un balcón recto que rompe la doble moldura de separación entre los pisos. En el muro se conservan restos de decoración pictórica correspondientes a la publicidad de algunos de los productos que se vendían en los locales comerciales que ocuparon los bajos del edificio a principios del siglo XX.

El edificio se remata con la típica galería aragonesa, compuesta por vanos verticales rematados en arco de medio punto bajo los que discurre una moldura en gola sobre listel simple. El alero está formado por hiladas de ladrillo aparejadas en distintas formas ornamentales. En la parte más alta del edificio se ubica un solanar, habitual en Aragón en este tipo de construcciones.

En cuanto a su planta, originalmente era prácticamente rectangular, organizada en torno a una gran escalera de un solo tramo por la que se accedía a la planta noble. En ella se encontraba un gran vestíbulo central que daba acceso al resto de las principales dependencias: en el frente que da a la plaza del Compromiso, un salón que se abría a la misma a través del balcón central, rodeado de dos alcobas principales; y en la parte posterior una cocina y una tercera alcoba. La organización de la planta con otros dos espacios menores.

Las modificaciones del interior del edificio llevadas a cabo en época reciente han generado una estructura de cuatro plantas. En la superior, destinada en origen a almacén y despensa, se ubica el mencionado solanar. El solar se completa con un patio interior y otro bloque que, a modo de crujía, lo delimita. Actualmente el acceso a la vivienda se realiza por este otro bloque secundario que se abre a la calle Virgen del Carmen.

Su construcción se llevó a cabo en el siglo XVI, una vez que las ampliaciones del recinto amurallado de la villa convirtieron la zona de la actual plaza del Compromiso en una zona intramuros y, probablemente, representativa de la misma. La escasa documentación conservada acerca de esta edificación y la ausencia de elementos heráldicos no nos permiten establecer con seguridad la identidad de la familia que financió el proyecto, aunque debió ser una de las más pudientes de la localidad.

Fue declarada Monumento Nacional en el año 1982. En el año 2000 se llevó a cabo una restauración de la fachada que le otorgó su aspecto actual, más cercano al planteamiento original, y que obtuvo el premio correspondiente a la V Convocatoria de Restauración de Fachadas de la Provincia de Zaragoza. En 2003 fue declarada Bien de Interés Cultural.

A pesar de su denominación popular, la llamada “casa del obispo” no ha desempeñado nunca esta función, ya que Caspe no ha sido nunca sede episcopal. Todo parece indicar que su función ha sido siempre, y aún hoy, la de vivienda particular.

Los usos de la planta baja sí han ido variando a lo largo del tiempo. En un primer momento, como es habitual en las casas señoriales aragonesas del siglo XVI, debió dedicarse a caballerizas y estancias de servicio. Con el paso del tiempo se abrieron locales comerciales, llegando a modificarse la fachada principal.

Iglesia de Sta. María la Mayor (ss. XIV-XVIII)

El aspecto actual de la iglesia de Santa María la Mayor es el resultado de más de 700 años de agitada historia, con sus correspondientes modificaciones, destrucciones y rehabilitaciones.

A los pies destaca la portada principal, construida en la ampliación del templo realizada entre 1388 y 1412, que presenta una disposición propia de las iglesias góticas de la Corona de Aragón, con paralelismos en edificios como las catedrales de Huesca o Tarragona. El acceso se remarca mediante una serie de arquivoltas apuntadas y un conjunto iconográfico que se destruyó de forma sistemática en la guerra civil de 1936-1939, si bien ya para entonces se encontraba deteriorado.

Este programa iconográfico incluía una imagen de la Virgen con el Niño en el parteluz, rodeada de los doce apóstoles, cuatro a cada lado en los arranques de las arquivoltas y otros cuatro en el frente de la fachada, estos últimos en parejas y enmarcados por lacerías góticas en relieve. Sobre cada uno de los apóstoles del acceso aparecían sendos doseles, de los que partían tres filas de esculturas de ángeles, obispo y santos, respectivamente, que recorrían las arquivoltas. La imagen actual de la Virgen con el Niño, obra del escultor Antonio Torres Clavero, es posterior a la Guerra Civil.

La torre presenta tres cuerpos diferenciados. El primero corresponde a la obra gótica de principios del siglo XIV, el segundo a las obras llevadas a cabo a partir de 1515 y el tercero se edificó en la segunda mitad del siglo XIX como reconstrucción del campanario, destruido durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840). A los pies de la fachada arranca una escalera monumental, coetánea en su construcción a la portada aunque modificada con posterioridad, que salva el desnivel de acceso a la Peñaza, la elevación natural donde está construida la iglesia, aportando grandiosidad al conjunto.

En el resto del exterior del edificio destacan los volúmenes de los distintos espacios y capillas añadidas a lo largo del tiempo, así como una cabecera de testero plano y muy poco profundo.

En el interior también quedan patentes las destrucciones ocasionadas durante la Guerra Civil, cuando el templo padeció un incendio que duró varios días. La mayor parte del arte mueble (órgano, coro, retablos, imágenes, decoraciones y sepulcros) fueron destruidos, por lo que el templo hubo de reequiparse para el culto una vez finalizada la contienda.

La cubierta de la nave central fue desmantelada y se construyó una nueva en ladrillo y cemento para aligerar el peso, reproduciéndose en piedra los nervios de la bóveda de crucería original.

Es precisamente en las cubiertas de los diferentes espacios del templo donde se conserva uno de sus principales valores estéticos, con ejemplos que van desde la crucería simple de la obra de principios del siglo XIV a las complejas bóvedas de terceletes de finales del siglo XVII, pasando por las elegantes bóvedas floreadas de la intervención de principios del siglo XVI. En este apartado debemos destacar la decoración de la cubierta de la capilla del Santo Cristo, una excelente yesería con motivos geométricos y vegetales cuyo diseño se adapta a la perfección a la bóveda de cañón con lunetos en que se enmarca, y que supone uno de los mejores ejemplos de arte mudéjar de todo el Bajo Aragón.

La evolución del edificio a lo largo del tiempo se aprecia también en su planta. Las sucesivas ampliaciones hacia la zona de la cabecera han generado un espacio a la altura del crucero que contrasta por su amplitud y carácter diáfano con el espacio compartimentado del cuerpo originario de la iglesia, compuesto por una nave central y varios añadidos que generan lo que podríamos identificar como dos naves laterales.

No existen argumentos sólidos que nos permitan dar validez a la teoría, defendida por algunos autores, de que el origen del templo corresponda a una ermita levantada por San Indalecio en honor de la Virgen del Pilar en el siglo I de nuestra era. La hipótesis actualmente aceptada es que este origen tiene que ver con una mezquita relacionada con el asentamiento musulmán generado al amparo de la fortaleza que se levantó en el solar del actual castillo del Compromiso, hacia el año 716.

Con la conquista cristiana del territorio en 1169, una vez asentados los nuevos pobladores y a medida que fuera aumentando el número de conversos, este templo musulmán debió pasar a ser utilizado como iglesia.

Sería a principios del siglo XIV, cuando la zona ya había perdido su carácter fronterizo y la población había aumentado, cuando se llevarían a cabo las obras para construir un nuevo templo, adaptando estructuras anteriores (planta en rojo). Este templo tendría un carácter sobrio y funcional, dada la disponibilidad limitada de recursos, la incipiente implantación de los planteamientos constructivos del gótico, la influencia de la austeridad decorativa de la orden del Císter (establecida en el cercano monasterio de Rueda) y las necesidades defensivas.

Se trataría, por tanto, de un edificio en el que, a pesar de incorporarse novedades como el uso del arco apuntado, las bóvedas de crucería o las decoraciones por medio de lacerías en las ventanas, el aspecto general sería tendente a la horizontalidad, con importantes contrafuertes y vanos de pequeño tamaño.

Entre 1388 y 1412 se desarrolló la que podemos considerar la segunda fase constructiva del edificio. Esta intervención supuso la creación de un conjunto monumental que incluía la ampliación de la iglesia (planta en azul) y del castillo del bailío, contiguo a la iglesia y donde se había instalado la autoridad de la orden militar del Hospital de San Juan de Jerusalén, a quien Alfonso II había cedido la villa después de su conquista a los musulmanes. También se incluía la creación de un convento de monjes sanjuanistas en el solar que actualmente ocupa el colegio Compromiso de Caspe.

Las actuaciones partieron de la iniciativa personal de Juan Fernández de Heredia, Gran Maestre de la Orden de San Juan y uno de los personajes históricos más interesantes de todo el siglo XIV en el ámbito mediterráneo, quien eligió Caspe como su lugar de descanso eterno.

La iglesia se amplió reutilizando estructuras anteriores y cerrando espacios entre los contrafuertes exteriores de la nave central, lo que generó una suerte de naves laterales. Además, se derribó el ábside anterior y se construyó un gran crucero, pasando de un modelo de nave única sin crucero a otro de cruz latina con tres naves. Junto al nuevo ábside se construiría un espacio dedicado a albergar el sepulcro de Juan Fernández de Heredia.

La tercera gran intervención en la iglesia se llevó a cabo a principios del siglo XVI, a partir de 1515, y en este caso tuvo mucho que ver con la iniciativa de Martín García Puyazuelo, obispo de Barcelona y caspolino, quien sumó su aportación económica a la del municipio y la parroquia (planta en verde). Destaca de esta intervención la creación de dos capillas gemelas cubiertas con bóvedas floreadas que se abren a las naves laterales, dedicadas a albergar los enterramientos del propio obispo García y de Jaime de Luna, respectivamente, además de la ampliación de la zona del transepto generando un espacio amplio y diáfano que recuerda al modelo de las hallenkirche o iglesias de planta de salón alemanas.

Esta ampliación implicó, de nuevo, el derribo del ábside anterior, así como del espacio sepulcral de Juan Fernández de Heredia, llevándose su sepulcro al lado meridional de la ampliación, la más cercana al convento (actual capilla del Santo Cristo).

El nuevo ábside se construyó en testero recto y muy poco profundo, debido a la cercanía del castillo y al trabajo que suponía excavar la roca del terreno para realizar las ampliaciones, y a su lado izquierdo se edificó una pequeña sacristía.

El edificio se completó en momentos posteriores con la adición de nuevas capillas. A finales del siglo XVI Domingo Cubeles, caspolino obispo de Malta, patrocinó la construcción de la capilla del Rosario, mientras que Domingo de Luna, “caritatero” de la catedral de Zaragoza, hacía lo propio con la capilla que da nombre al acceso meridional del templo. También en este momento se construye la nueva sacristía. Ya en el siglo XVII se construyó la capilla del Santísimo Sacramento, después “capilla de la reserva” y que actualmente alberga el museo parroquial.

En el siglo XVIII se construiría la capilla de la Veracruz para albergar la reliquia de la Veracruz de Caspe, el objeto religioso más importante de los conservados en la ciudad.

La Veracruz de Caspe está considerada uno de los restos más grandes conservados de la cruz en la que fue crucificado Cristo; objeto, por tanto, de una devoción que va más allá del ámbito local o regional. Estos fragmentos se conservan en un relicario de plata sobredorada del siglo XVIII cuyo pie fue sustituido tras la Guerra Civil al haberse perdido el original.

Dentro de este relicario se encuentra otro, una cruz pectoral de oro finamente trabajada y que deja ver los fragmentos de madera de la reliquia, y que perteneció al “antipapa” Clemente VII. Éste regaló el preciado objeto a Juan Fernández de Heredia, quien lo albergó en la capilla del convento anexo a la iglesia. Como hemos dicho, en el siglo XVIII se construyó la capilla que permitiría que fuera expuesta de forma pública, capilla barroca cuyo interior fue destruido en la Guerra Civil. Las obras llevadas a cabo entre 1991 y 2011 han permitido que la reliquia vuelva a exhibirse con las necesarias medidas de seguridad.

Otro de los objetos principales conservados en la iglesia de Santa María la Mayor de Caspe es el cáliz del Compromiso, utilizado en la liturgia de proclamación de Fernando de Trastámara como Fernando I de Aragón, dentro de los actos que pusieron fin al Compromiso de Caspe, y que se celebró frente a la portada del templo.

Se trata de un cáliz gótico de plata sobredorada, decorado con grabados y con esmaltes de gran calidad en los que se representan el escudo de la Orden de San Juan de Jerusalén, el de la familia Hernández de Heredia y la faz de Cristo, además de motivos florales. Esta pieza fue hecha traer desde Aviñón, donde se creó, a Caspe por Juan Fernández de Heredia.

El edificio que contemplamos es concebido desde su origen como un espacio de culto religioso, aunque eso no ha impedido que a lo largo de su dilatada historia haya asumido otras funciones, dadas sus características constructivas y representativas.

Como templo religioso ha acogido distintas confesiones, pasando de ser mezquita a iglesia en los términos que hemos explicado anteriormente. También ha sido utilizado como bastión defensivo, encontrando en la historiografía autores que se lamentaban de que el templo “funciona más como fortificación que como iglesia”, y acogiendo en su cubierta una pieza de artillería durante las Guerras Carlistas. Sus capillas han sido utilizadas como cárcel en algunos momentos, y también fue lugar de celebración de reuniones durante el Compromiso de Caspe. Durante la Guerra Civil se convirtió en taller y almacén de vehículos.

Mausoleo de Miralpeix (s. II)

Los restos conservados del mausoleo de Miralpeix nos muestran una estructura de sillares de piedra arenisca formada por dos muros laterales que sostienen una bóveda de medio cañón. En las esquinas todavía se pueden observar restos de decoración a base de pilastras talladas en los sillares. Estos restos suponen sólo una parte de lo que debió ser el monumento en origen, cuyo aspecto primigenio debió ser parecido al que ofrece el cercano mausoleo de Fabara, mejor conservado que el de Miralpeix.

El edificio estaría dividido en dos cuerpos en altura. En la parte baja encontraríamos una cripta o conditorium, posiblemente cubierta con una bóveda de medio cañón, en la que se encontraría el enterramiento propiamente dicho. Sobre ella una pequeña cella o habitación en la que se ubicaría un altar para realizar celebraciones y rituales religiosos en honor del difunto. Este espacio estaría cubierto por la bóveda de cañón que hoy observamos. El conjunto estaría cubierto por una techumbre a dos aguas y presentaría una escalinata de acceso a la cella.

Este tipo de mausoleos-templo reflejan la evolución relativa a los ceremoniales funerarios experimentados en el ámbito del Imperio Romano a partir del siglo II. Cambios culturales como la expansión del cristianismo hicieron que la tradicional incineración de los difuntos fuera progresivamente sustituida por la inhumación.

El mausoleo de Miralpeix toma su nombre del despoblado medieval en cuyo entorno se ubicaba originalmente, zona que quedó inundada con la construcción del embalse de Mequinenza, razón por la que fue trasladado a su ubicación actual en 1962.

Su monumentalidad nos habla de la importancia del poblamiento de la zona en época romana. Debió ser encargado por un miembro de una familia adinerada que seguramente se dedicaría a la explotación agrícola de las tierras adyacentes al Ebro, en el contexto del proceso de ruralización que se experimentó a partir del siglo II en el ámbito del Imperio y que dio lugar a la proliferación de las villae.

En el cercano paraje del Fondón, donde se ubicaba originalmente la ermita de Santa María de Horta (también anegado por las aguas del embalse), se ubicaba otro mausoleo cuyo aspecto debió ser muy similar al de Miralpeix y del que se conserva un dibujo realizado por Vicencio Juan de Lastanosa en el siglo XVII. Parece ser que ambos monumentos pudieron estar conectados por una calzada cuyos restos se documentaron antes de la citada inundación.

Como hemos explicado, el monumento se construyó con una doble finalidad, funeraria y religiosa. Con el paso del tiempo el edificio fue abandonado y, seguramente, utilizado para otros fines, como el resguardo de personas y ganado, algo que es habitual en este tipo de estructuras y que sabemos que ocurrió con el mausoleo de Fabara. En época reciente fue integrado como parte de una construcción privada, el llamado “mas de los Tumberos”.

Castillo del Compromiso (ss. VIII-XIV)

Al igual que la iglesia de Santa María la Mayor, el conjunto del castillo del Compromiso (o del Bailío) refleja los avatares que esta zona de Caspe ha sufrido a lo largo de la historia, que han sido muchos debido a su carácter estratégico, monumental, representativo y defensivo.

Su aspecto actual está muy condicionado por las obras de rehabilitación que finalizaron en el año 2012, con motivo de la conmemoración del VI Centenario de la celebración del Compromiso de Caspe. La falta de documentación y las sucesivas destrucciones e intervenciones de reconstrucción hacen muy difícil determinar qué partes corresponden a la obra original. El torreón circular que se aprecia desde el lado sur (el que se abre al barranco del Guadalope) y el muro que lo sustenta corresponden a una intervención realizada en la década de 1970.

De la reconstrucción inaugurada en 2012 destaca el volumen cuadrado que integra el actual acceso al conjunto, así como la consolidación del gran cuerpo que se abre al lado norte (zona de la Porteta) y la torre anexa al mismo. Además, se recuperó el espacio del salón del trono o “del Compromiso” donde se llevaron a cabo la mayor parte de las deliberaciones de este importante hecho histórico.

La fortaleza que actualmente conocemos como el castillo del Compromiso ha sido, probablemente, la edificación que más ha influido en el desarrollo histórico de Caspe. Se encuentra emplazado en el promontorio natural conocido como “la Peñaza”, lugar en el que, como indican algunos hallazgos arqueológicos, se localizaría un asentamiento del Bronce Final que supondría el origen de la población. Este es un punto de gran valor estratégico, que permitía controlar la desembocadura del Guadalope en el Ebro y la entrada a sus valles, importantes vías de comunicación naturales.

Estas características no pasaron desapercibidas a los conquistadores musulmanes que entraron en la península Ibérica a partir del año 711 y que, hacia el 716, se hicieron con el control de este territorio. Fueron ellos los que construyeron una primera fortificación al amparo de la cual surgiría, en el vecino cerro de “la Muela”, un asentamiento fortificado.

El año 1169 Caspe fue conquistado por las tropas cristianas de Alfonso II de Aragón, quien cedió la villa a la orden militar del Hospital de San Juan de Jerusalén en 1182 a cambio de otros territorios. La Orden se instaló en la antigua fortaleza, ampliándola y reforzándola para transformarla en sede del Bailío, cargo que ejercía su autoridad en la zona.

El momento de mayor esplendor del conjunto estuvo vinculado a la iniciativa de Juan Fernández de Heredia, Gran Maestre de la Orden y uno de los personajes más importantes de todo el siglo XIV en el ámbito mediterráneo. Heredia debió ejercer como Bailío en Caspe por un corto periodo de tiempo, y al final de su vida, hacia 1388, decidió enterrarse en la contigua iglesia de Santa María la Mayor.

Esta decisión dio origen a un proyecto de monumentalización del entorno, ampliando y enriqueciendo la iglesia y el castillo, y construyendo un convento de monjes sanjuanistas. Se creaba así un conjunto religioso, político y cultural de primer orden, una “acrópolis” que sin duda se convirtió en uno de los recintos monumentales más importantes y llamativos del momento en el Bajo Aragón.

Esta relevancia y su estratégica ubicación contribuyeron a que Caspe y su castillo fueran elegidos para albergar el proceso diplomático que debía poner solución al problema sucesorio generado tras la muerte sin descendencia de Martín I de Aragón “el Humano”, proceso conocido como el Compromiso de Caspe. Tras semanas de deliberaciones en el castillo entre representantes del reino de Aragón, el principado de Cataluña y el reino de Valencia, el 25 de junio de 1412 Fernando de Trastámara (o “de Antequera”) fue proclamado nuevo rey de la corona de Aragón como Fernando I.

El Compromiso de Caspe ha pasado a la historia como un ejemplo del triunfo del consenso y la negociación frente al enfrentamiento armado, siendo uno de los más tempranos ejemplos de diplomacia al más alto nivel en Europa, adelantando uno de los principales rasgos del pensamiento político moderno.

Además, supuso un paso fundamental en el proceso de unión entre las Coronas de Castilla y Aragón que culminaría con el matrimonio entre Isabel de Castilla (de la familia Trastámara) y Fernando de Aragón (nieto de Fernando I), los Reyes Católicos.

Este acontecimiento es recordado cada año, el último fin de semana de junio, con la celebración de las Fiestas del Compromiso, declaradas de Interés Turístico Regional en 2004.

Tras este período de esplendor el castillo del Compromiso hizo frente a un continuo y progresivo deterioro. Los testimonios que nos hablan de que la plaza del Bailío de Caspe no era uno de los destinos más solicitados en la Orden de San Juan nos hacen pensar que el conjunto no fue objeto de grandes inversiones en mantenimiento y ampliación, lo que potenciaría el deterioro natural del edificio. A esta circunstancia habría que sumar el mencionado carácter estratégico del conjunto, que ha provocado que sea objeto de destrucción en numerosos enfrentamientos armados.

Durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) los enfrentamientos entre las tropas francesas y españolas incluyeron la voladura de las bodegas, provocando el derribo de su frente oriental. El abandono del complejo durante el siglo XIX no hizo más que continuar un proceso destructivo que se agudizó en el contexto de las Guerras Carlistas, durante las que se convirtió en fortín, soportando asedios y ataques de artillería, además de destrucciones sistemáticas para dificultar su utilización.

Al finalizar la segunda Guerra Carlista se concedió permiso a la población de Caspe para tomar materiales de la zona monumental compuesta por el castillo y el convento, lo que convirtió ambos edificios en canteras de las que se extrajo gran parte de la piedra que se usó para la reconstrucción de edificios, así como para la construcción de la “torre de Salamanca” (torre de telegrafía óptica construida en 1875). Esto supuso la total desaparición del convento, ubicado en el solar del actual colegio Compromiso de Caspe, y la ruina definitiva del castillo.

La función principal del edificio ha sido, desde su origen, la de fortaleza defensiva. Esto no ha impedido que haya albergado otras a lo largo de su dilatada historia. Como hemos explicado ha sido sede de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén y de la celebración del Compromiso de Caspe, y sus bodegas han sido utilizadas como cárcel en distintos momentos. A principios del siglo XX se construyó el edificio de los Juzgados municipales aprovechando parte de las estructuras del castillo.

Con la restauración de 2012 se han recuperado espacios cargados de simbolismo, como el Salón del Compromiso. El castillo se ha convertido así en un nuevo equipamiento cultural para el municipio, pasando a desempeñar una función turística y didáctica, además de convertirse en un marco privilegiado para la celebración de actos culturales.

Ermita de Montserrat (s. XIX)

Se trata de un pequeño edificio exento con fachada principal de sillarejo y el resto de mampostería. En la fachada principal, rematada por un arco en cortina truncado y moldurado, únicamente se destaca el acceso, a través de un arco de medio punto con grandes dovelas y jambas con una sencilla decoración geométrica. Sobre el acceso se encuentra una hornacina que alberga la imagen de la Virgen de Montserrat con el Niño. La espadaña aparece centrada sobre el tramo plano de la parte superior.

La planta presenta una única nave de tres tramos cubiertos con bóvedas de cañón con lunetos, separados por arcos fajones, y un ábside semiesférico al interior y poligonal exterior.

El interior está revocado y pintado, destacando las pilastras que soportan los arcos fajones, así como una línea de imposta moldurada a la altura del arranque de estos. En la cabecera, tras el altar, se encuentra la hornacina con la imagen de la Virgen.

La historia de la ermita de la Virgen de Montserrat está ligada a la de un caspolino ilustre, Martín García Puyazuelo (1441-1521). De orígenes humildes, llegó a ser obispo de Barcelona, aunque se mantuvo vinculado a Caspe, impulsando una ampliación de la iglesia de Santa María la Mayor en la que se incluyó la capilla que albergaría su sepulcro hasta su destrucción en los sucesos de la Guerra Civil de 1936-1939.

Parece ser que el obispo García trajo a Caspe una imagen de la Virgen de Montserrat, por la cual sentía especial devoción, dando origen a un culto que trascendió al ámbito público gracias a la colocación de la imagen en una hornacina cercana a uno de los accesos del recinto amurallado de la villa, en la zona donde se levanta la ermita actual.

En el siglo XVII se prohibieron las celebraciones religiosas al aire libre en la villa, por lo que se construyó una primera ermita que fue destruida durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), tras lo que se llevó a cabo la reconstrucción que se conserva en la actualidad.

La ermita ha sido empleada, desde su construcción, como lugar de culto dedicado a la Virgen de Montserrat.

Ermita de San Roque (s. XVIII)

La ermita de San Roque es un edificio de pequeñas dimensiones situado en uno de los extremos de la plaza del mismo nombre. La fachada principal presenta un único cuerpo en el que se destaca el acceso mediante una portada compuesta por un arco de medio punto moldurado sobre pilastras lisas, que alberga la puerta, y que presenta en la zona de su clave un relieve representando una guirnalda con motivos vegetales. El vano de acceso se encuentra flanqueado por otras dos pilastras rematadas por sendos dobles ábacos a modo de capiteles, entre los que se tiende una moldura.

Sobre este conjunto decorativo encontramos una cornisa y la hornacina que contiene la imagen del santo. Esta hornacina esta flanqueada por un esquema decorativo que reproduce el anteriormente descrito, pero a menor escala. En este caso las pilastras presentan un capitel compuesto y están flanqueadas por volutas.

La fachada está rematada por un arco conopial truncado y una espadaña de perfil mixtilíneo que no corresponde a la obra original. En la parte superior izquierda se ubica un reloj de sol.

La planta es rectangular, con testero recto y una única nave de tres tramos separados por arcos fajones sobre pilastras. El primero y tercer tramo están cubiertos con bóvedas de cañón con lunetos, mientras que el central se cubre con una cúpula gallonada sobre pechinas, con lunetos en su parte superior que se abren al exterior a través de una linterna de ladrillo octogonal.

En el interior, revocado y pintado, destaca el entablamento moldurado que lo recorre uniendo los arranques de los arcos. En la cabecera, tras el altar, se encuentra la hornacina con la imagen de San Roque, patrón de la localidad junto a San Indalecio y San Sebastián.

Las primeras referencias acerca de la ermita de San Roque las encontramos en la obra “Anales de Caspe”, de Mariano Valimaña (1784-1864). En ella se dice que “En el año 1782 se hizo esta ermita. Antes estaba el Santo con su Altarito en el arco inmediato a la Ermita, en el cual se decía Misa, y el Sr. arzobispo D. Juan Sáenz de Buruaga prohibió el celebrar no sólo en este Altar de S. Roque sobre el arco, sino también en todos los demás del pueblo que se hallaban en iguales circunstancias, como eran el arco de la Magdalena, y en el arco o portal del Obispo. Con motivo de esta prohibición, pensaron los cofrades de S. Roque y los vecinos del barrio, hacerle una ermita al Santo”.

La construcción data, por tanto, de finales del siglo XVIII, al igual que muchas otras de la ciudad, cuando se prohibió la celebración de misas al aire libre para evitar la aglomeración de personas en la vía pública.

La ermita ha sido empleada, desde su construcción, como lugar de culto dedicado a San Roque. A partir de la década de 1950 las fiestas mayores de Caspe coinciden con la celebración de la festividad de San Roque (14 de agosto), habiéndose celebrado anteriormente en torno a la festividad de San Indalecio (15 de mayo). En los últimos años las peñas de Caspe han adoptado, como tradición que da inicio oficioso a estas celebraciones, la colocación de un cachirulo a la imagen del santo.

Convento de San Agustín (ss. XVII-XVIII)

El convento de San Agustín es un conjunto arquitectónico formado por tres construcciones principales: iglesia, claustro y dependencias conventuales.

El Claustro constituye el elemento organizador del conjunto, ubicándose en el centro del mismo. Tiene planta prácticamente cuadrada y consta de dos pisos, construidos en ladrillo. La planta baja presenta una galería de arcos de medio punto que se apoyan en columnas toscanas de piedra sobre plinto, corriendo por encima de la arquería una imposta formada por una hilada de ladrillo curvo. Esta planta baja se cubre con bóveda de cañón con lunetos y bóveda de crucería en los ángulos.

El piso superior es de menor altura, abriéndose con amplios vanos cuadrados enmarcados por pilastras. La cubierta fue modificada en el siglo XVIII, por lo que presenta una bóveda de lunetos muy rebajada. El patio del claustro presenta una solería de canto rodado, alzándose en el centro un pozo de piedra.

La iglesia cierra el claustro por el lado suroeste. Se trata de un templo de una sola nave de cuatro tramos con capillas entre los contrafuertes, comunicadas entre sí, que se abren a la nave central a través de amplias arcadas de medio punto.

Cuenta con un transepto no saliente en planta, diferenciado por la mayor anchura del tramo, y una cabecera de testero recto y planta rectangular, con unas dimensiones inusualmente grandes en relación con el resto de la iglesia. Esto se debe a que, originalmente, el retablo mayor se encontraba en una zona más próxima al crucero, dejando un espacio libre en la parte posterior de la cabecera que era utilizado como coro por los monjes agustinos. La planta se completa con la llamada capilla de San Nicolás, de grandes dimensiones y construida en el extremo del crucero en 1788.

El tipo de cubierta utilizado es la bóveda de cañón rebajada con lunetos, que aparece en todos los espacios del templo excepto en el crucero, cubierto con una cúpula sobre pechinas de importantes dimensiones. En el alzado interior destaca la tribuna arquitrabada existente en los dos tramos de la nave más próximos a la cabecera, que se prolonga abierta hacia los pies, en forma de coro sobre el tramo de entrada.

En cuanto a la decoración, destaca el uso de motivos vegetales mediante esgrafiados y yeserías en relieve, junto con una decoración pictórica que, lamentablemente, se ha perdido en gran medida, de la misma forma que gran parte del arte mueble original.

De entre los elementos conservados destacan las pechinas de la cúpula, en las que encontramos cuatro lienzos en los que se representa a cuatro personajes ilustres de la orden agustina: el propio San Agustín, vestido con capa bordada, mitra y báculo, y escribiendo bajo dictado divino; San Egidio, también representado escribiendo sentado junto a una mesa; Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, representado en acto de dar limosna; y San Gelasio, representado con los atributos papales de la capa, la mitra y la cruz pontificial de triple travesaño.

En la capilla de San Nicolás se conserva una figura en madera tallada policromada y estofada, cuya realización se atribuye al siglo XVII, y que es identificada, pese a la escasez de detalles iconográficos, con la de San Agustín. Es probable que formara parte de uno de los perdidos retablos del templo, quizás del ubicado en el altar mayor, que fueron destruidos durante la Guerra Civil.

Se extienden a lo largo de tres de los lados del claustro, distribuyéndose en tres plantas. En las superiores se conservan algunas de las habitaciones primitivas, pero el resto han sido modificadas a lo largo del tiempo, en función de las necesidades de la orden.

En el lado de este gran conjunto que da a la calle de San Agustín se distinguen las fachadas de la iglesia y de las dependencias conventuales. La fachada de la iglesia era originalmente de piedra en su totalidad. Actualmente, después de la reforma realizada en 1968, conserva este material en la parte baja, reservándose el ladrillo para la parte superior. La portada está resaltada mediante un arco de medio punto formado por grandes dovelas y con las jambas molduradas y marcadas.

La fachada de las dependencias conventuales presenta una portada similar, en este caso con las dovelas y jambas decoradas con figuras geométricas.

La fundación del convento se produjo en 1617, cuando el padre Juan de Ibarra (que anteriormente había fundado el convento de Samper de Calanda) solicitó al cabildo de Caspe el permiso para establecerse en la localidad y, ese mismo año, a las Cortes Generales del Reino reunidas en Calatayud, el permiso para fundar un convento de Agustinos Calzados. Se iniciaron así las obras en el solar que ahora ocupa el conjunto.

En 1623 se concluyó la iglesia, continuando las obras en el claustro y el resto de las dependencias. En 1663 la iglesia se amplió bajo los auspicios del prior de Zaragoza, Gabriel Hernández Abeger, obteniendo su forma actual a excepción de la capilla de San Nicolás, construida en 1788 como extensión de uno de los brazos del crucero.

Fue también en este momento, finales del siglo XVIII, cuando el convento experimentó su última gran reforma. Se reformó la portería y el refectorio, se modificó la parte superior del claustro rebajando los techos y se construyó el aljibe, en unas obras que fueron llevadas a cabo en gran parte gracias a la colaboración de los fieles caspolinos y del abad del Monasterio de Nuestra Señora de Rueda de Ebro (Sástago).

Las políticas desamortizadoras aprobadas durante el Trienio Liberal (1820-1823) afectaron directamente al convento, que se cerró al no disponer del número mínimo exigido de religiosos, estando deshabitado durante un breve período de tiempo en el que el edificio no sufrió cambios. En 1889 la iglesia y algunas dependencias pasaron a formar parte de la Orden Franciscana, por lo que el conjunto es popularmente conocido en la actualidad como “los franciscanos”.

Además de acoger a las distintas congregaciones que lo han habitado y de su carácter de lugar de culto religioso, el convento de San Agustín ha sido utilizado para otros usos a lo largo de su historia.

Durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) las tropas francesas lo utilizaron como almacén de víveres y como presidio. Su huerto llegó a utilizarse como lugar de sepultura cuando las fosas de la iglesia parroquial llegaron a su límite, antes de la creación del actual cementerio. Durante sus años de exclaustración sus dependencias fueron también sede temporal del Ayuntamiento, tras la destrucción de la Casa Consistorial en el contexto de las Guerras Carlistas. Finalmente, una de las alas del edificio se consagró a la enseñanza, utilizándose como escuela. Este espacio ha sido recientemente rehabilitado y destinado a albergar la Escuela Municipal de Música, mientras continúan las obras de rehabilitación del claustro y el resto de las dependencias.